Los jóvenes que de a miles iban
juntos a la Plaza
de Mayo el sábado 24 o que se expresaron en miles de actos públicos en todo el
país, nacieron después del fin de la dictadura, y la mayoría no tienen
familiares directos que hayan participado de la política de aquellos años.
Una máxima del tratamiento de las noticias es hacer hasta el
más mínimo esfuerzo para obtener la verdad. Es decir, un máximo de
concentración para no tener la más mínima tentación de caer en el oportunismo y
la falsedad. Está claro que, cuando se trata de la opinión, un género demasiado
abusado del periodismo, las mínimas subjetividades pueden abrir puertas que
provoquen debates máximos. Pues bien, si nos situamos en el género noticioso,
el de la proximidad al rigor informativo, despojado de preconceptos, es dable
observar que la prensa del establishment comete las máximas aberraciones. Por
ejemplo, cuando habla de la princesa Máxima (de
la Casa Real de Holanda),
no tiene la más mínima intención de hablar de Jorge, su padre.
Porque Jorge
Zorreguieta era miembro de
la
Sociedad Rural Argentina en 1975 y fue uno de los principales
organizadores de la pata empresarial del golpe de marzo de 1976. Fue un máximo
exponente de esa mínima porción de la sociedad que era dueña de
la Argentina. Impulsor
de
la Asamblea Permanente
de Entidades Gremiales Empresarias (Apege) que de permanente no tuvo nada. Se
creó en agosto de 1975, cuando los jefes militares Agosti, Videla y Massera se
reunieron con su jefe económico Martínez de Hoz y este puso en marcha la
maquinaria empresarial. Mientras Zorreguieta fue secretario de Agricultura de
la dictadura tuvo participación en la desaparición de personas. El caso que lo
involucró directamente fue el de Marta Sierra, una trabajadora del INTA, un
organismo que dependía de ese ministerio. El padre de Máxima no tuvo la más
mínima posibilidad de ir al casamiento de su hija en Holanda, aunque los medios
del establishment se ocupan de no hacer la más mínima mención de que la
poderosa familia Blaquier, que había albergado al jerarca de la dictadura en el
Centro Azucarero Argentino, decidió dejarlo sin ese lugar de máxima exhibición
ante los empresarios.
Esos mismos medios, cuando se trata de Máximo Kirchner, en más de una
oportunidad, lo mencionan como el hijo de la Reina Cristina, sin
hacer la más mínima mención de que es miembro de la real casa (sin mayúsculas)
del 54% de los votos populares; es decir, el máximo caudal de la historia de la
recuperación de la democracia. El gran problema, para esos medios, es que
Máximo es joven y es hijo de Néstor y Cristina. Y, encima, ¡quiere perpetuar el
poder K!
Pero llegamos a una máxima paradoja. Si les ponemos nombre a esos medios que
hacen de una historia que podría ser mínima pero que pretenden explotar al
máximo, vamos a encontrar a
La
Nación, Clarín y Perfil. Pues bien, desde hace 20 años, el
director en funciones de
La
Nación es Bartolomé Mitre. Ya cumplía funciones ejecutivas en
La Nación en
1976, cuando se consumó el golpe de Estado. En ese momento, el director era su
padre, también Bartolomé Mitre, bisnieto del Bartolomé Mitre que había fundado
el diario. Este Bartolomé Mitre encabezó las actividades que permitieron
consumar la apropiación ilegal de Papel Prensa junto a Héctor Magnetto, que lo
hacía por Clarín. ¿Qué edad tenía el contador Magnetto? ¡32 años! Una edad
mínima para esa máxima responsabilidad si nos guiáramos por los parámetros de
juventud que estimulan a los editores de
La Nación y Clarín para juzgar a Máximo K, que tiene
35 años, y sus mínimos adláteres de
La Cámpora, que fluctúan entre los 25 y los 41 años.
¿Y Jorge Fontevecchia, director de Perfil y amargado por la juventud de quienes
están progresando en funciones electivas y directivas de
la Argentina? Pues bien,
Jorge F. tenía 21 años cuando fundó Editorial Perfil, nada menos que de la mano
de su padre. Un dato mínimo: se trataba del año 1976 y estaban alistados en la
transformación de
la
Argentina que debía costar miles y miles de víctimas. Es
decir, este último caso reúne todos los males que él delata: empezó muy joven,
de la mano de su padre, y desde entonces se perpetuó como empresario editorial,
en cuyas empresas ejerce el noble oficio de escribir sin que nadie pueda
controlar sus artículos. Una ventaja que no tienen el resto de los redactores
de los medios de su propiedad.
LA JUVENTUD. Estos
medios de comunicación tienen mucha publicidad orientada a hacer creer a
personas de más de 40 años que son jóvenes. Las mujeres mayores ven avisos de
ropa que podrían regalarles a sus hijas adolescentes pero que compran para
ellas. Los señores adultos ven unas zapatillas deportivas propias de la hora de
educación física que compran (o compramos) a precios insólitos para hacer
running o training o simplemente para sentarse a comer un asado, pero con una
sensación fantástica de juventud. Es decir, vivimos una sociedad en la que una
porción importante vive sobreestimulada para comprar y comprar. Qué mejor que
el mito de la eterna juventud para que los adultos y adultas (no todos y no
todas) saquen su plata del bolsillo. Pero ese es el negocio de los anuncios
comerciales. El irlandés George Bernard Shaw acuñó una serie de frases
inteligentes que perduran. Decía, ¡ah, el periodismo, eso que se escribe a los
costados de los anuncios publicitarios! Esas páginas de apariencia no
publicitaria están tan cargadas de ideología como las otras, pero en estas
campañas de descubrir jóvenes camporistas por todos lados, algunos nos quieren
hacer creer que unos señores o señoras de más de 25 años deben ser incluidos en
las listas de incapaces, mientras que en el aviso del costado una señora o un
señor de más de 50 debe sentirse tremendamente joven. Eso sí, para gastar plata.
El tema de fondo lo tienen bien claro los dueños de estos medios que son gente
sumamente inteligente pero que conciben sus medios como “productos” comerciales
e ideológicos y no como espacios de verdades y de debates. En realidad, lo que
está pasando en la Argentina
es que hay una serie de generaciones jóvenes que quedaron aplastadas con la
idea de participación política. Pero no en el sentido de formar parte de
elencos de gobierno, sino de la política como herramienta de participación y,
sobre todo, de transformación de una sociedad todavía muy injusta y bastante
pacata. Y eso, que constituía una de las joyas de la corona autoritaria y herencia
dictatorial, se está quebrando a una velocidad vertiginosa. Estos medios
pretenden asociar el fenómeno de participación juvenil con el gen montonero o
frases por el estilo. Nada más errado –al menos desde el punto de vista de
quien escribe estas líneas– que pensar que hay una suerte de mandato de una
generación revolucionaria que ahora debe ser completado. Los jóvenes que de a
miles iban juntos a la Plaza
de Mayo el sábado 24 o que se expresaron en miles de actos públicos en todo el
país, nacieron después del fin de la dictadura, y la mayoría no tienen
familiares directos que hayan participado de la política de aquellos años. Es
más, muchos de ellos –o ellas– deben tener tíos o abuelos o padres que fueron
militantes y que aún guardan silencio de su vida de aquellos tiempos. Estos
jóvenes no son el resultado de la resistencia a una dictadura o la lucha contra
la proscripción. Muchos de ellos estudian todavía con currículas o con libros
de texto que no son tan distintos de los de años de neoliberalismo. Eso sí,
tienen un contacto directo con maestros que sí les dan elementos para pensar. Y
todavía es muy difícil establecer fechas y motivos para entender algo que ya es
un fenómeno social. Es posible que, tentativamente, puedan tomarse dos momentos
de altísimo impacto en la salida de los jóvenes a los espacios públicos que no
fueran sólo deportivos o de festivales musicales: los actos multitudinarios del
Bicentenario y el acompañamiento masivo en el velorio de Néstor Kirchner.
Y los inquieta algo más. Que estos jóvenes, realmente jóvenes, que ven a sus
madres recibiendo la
Asignación Universal por Hijo o llevando a sus casas las
computadoras que reparte la
ANSES o que empiezan a ver que el trabajo no es una utopía
sino algo que se puede obtener, tomen el rumbo de los militantes de La Cámpora, del Movimiento
Evita o de Kolina, por citar algunas agrupaciones llenas de jóvenes encuadrados
en la política. Les preocupa sobremanera que esta etapa de afirmación de la
política como herramienta de transformación sea apropiada por los más jóvenes.
Porque, claro, buceando hacia el pasado, esos jóvenes van a poder entender qué
hacía cada quien en los sucesivos golpes de Estado y en los momentos de entrega
del país y qué hacían quienes lucharon para lograr una sociedad justa e
igualitaria.
28 de Marzo de 2012