El escritor Fernando Cabrera
expuso algunas aristas sobre el oficio literario, lo cual provoca cierto
desconcierto. ¿Qué es escribir? ¿Por qué se escribe?
Es cierto que la escritura, al
igual que otras disciplinas artísticas, han causado gran controversia a lo
largo de la historia, y a pesar de que algunos pregonan que la lectura poco a
poco está siendo olvidada, debido a la revolución tecnológica, el fervor,
aunque a veces sin razón aparente, de quienes escriben no está extinto.
Leer, escribir y la mar en coche
por Fernando Cabrera
A diario me preguntan qué es
escribir. Yo no sé responder. Mas vivo con la desazón de habitar entre quienes
siembran, pregonan y aclaman verdades acerca del oficio. Y no sólo eso. Sino
que publican libros en prestigiosas editoriales y asisten a simposios y
universidades a vender las falsas recetas y teorías del caso. Y resulta que la
literatura, a pesar de ellos, es tantas cosas y ninguna.
Sin embargo, y a modo muy
personal, relaciono la escritura con el naufragio. Pero el naufragio extremo,
sin maderos o certezas de las que asirse. Esa es la analogía que más me cabe,
aún en los días en los que la incertidumbre se agiganta y, de tanto replanteo,
incluso yo, me pregunto por qué elijo este oficio, sin tardar demasiado en
responder que ‘es porque no sé hacer otra cosa’.
No obstante, y a esto pese,
siempre pude admitir que ser astronauta o vivir bajo la piel de Hugh Hefner,
como tantas otras ocupaciones en el mundo, ha de ser mucho más interesante que
la escritura y la lectura mismas. Por esto, de un tiempo a esta parte, he
podido entrever que nada de malo tienen aquellos que no leen ni escriben porque
tales cosas están subyugadas a la vida, y no viceversa.
No, por nada, el ya eterno
Gustavo Adolfo Bécquer, en su Rima IV, sentenció “Podrá no haber poetas; / Pero
siempre habrá poesía”; o el prodigioso Federico García Lorca, cierta vez, en
una entrevista, dijo que “La poesía es algo que anda por las calles. Que se
mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía
es el misterio que tienen todas las cosas”. De modo que leer no es tan sólo
‘tragar libros’, sino más bien una actitud en la vida.
Quien lee verdaderamente,
interpreta al mundo y lo experimenta sin fetiches estéticos o discursos de por
medio que intentan marcarnos lo que debemos pensar tanto de la obra como de su
autor. Y en este punto aparecen, también los mitos y clichés que acartonan o
endiosan la figura del escritor, alejándonos del hecho literario en sí, cuando
lo saludable es observar que quien lee y/o escribe libros no tiene por qué ser
buena gente, y vienen al caso grandes escritores de reprochable conducta social
como François Villon quien llevara una desastrosa existencia de delito y muerte
que más de una vez pudo llevarlo directo al patíbulo; o el prodigioso Arthur
Rimboud quien, antes de morir de un tumor en la rodilla derecha, se desempeñó,
con gran éxito, como traficante de armas y esclavos; o William Burroughs quien,
durante el transcurso de un desquiciado juego en el que estando completamente
ebrio, puso una manzana sobre la cabeza de su esposa y, con un revólver,
intentó darle al fruto, pero su puntería falló y no fue la manzana lo que alcanzó
su disparo.
No es de negar que, en este
sentido, los usuales círculos literarios, las editoriales y las instituciones
educativas y gubernamentales han hecho gran parte. Pues se encargaron de elevar
a la esfera de prócer la anodina figura de alguien que, a diario, tiene que
vérselas con la vida como cualquier otro. O pregonar que nadie lee, lo cual es
nocivo, para generar pomposos planes de lectura, basados en estadísticas
inverosímiles y atiborrar, de esta forma, el mercado con publicaciones y autores
innecesarios, como si de pronto el cuento de Julio Cortázar en donde los libros
saturan al planeta no fuera una ficción, sino más bien una funesta serendipia
de lo que hoy nos sucede.
En fin, leer, criticar, escribir,
o publicar son cosas tan comunes y humanas que quienes leemos, criticamos,
escribimos o publicamos, tendemos a magnificar u ocultar, bajo la cobarde
belleza de la metáfora, la triste verdad lo que hacemos. A veces, por vanidad;
o porque, aun sin importar el enorme atraso cultural que implique, no nos
atrevemos a asumir que nuestras existencias son intrascendentes, monótonas y
grises
Fuente: LOA
Fuente: LOA
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